domingo, 28 de agosto de 2011



Amurida,
Amortajada,
se reía bajo el tul negro mientras se secaba las lágrimas.

Con un megáfono la amortomada anunciaba un entierro de mentira en el cementerio amohido de lluvia.

Un falso cadáver para representar la escena. El muerto era un muñeco inflable pinchado por las rebeldes.

Una espina clavía el alma amorina de las amantes que lloraban desnudas en el círculo infernal de Eros.

El olvido era una hilera de camas fúnebres, con sábanas succionadoras de recuerdos que se resistían como fetos al aborto.

Las ilusiones se momificaban por pequeños lapsos de tiempo pero después la anestesia se iba, y el dolor arrancaba de las puertas las prohibiciones y los reglamentos, todos los doctores se quedaban dormidos con inyecciones desinjectadas en la mano.

Las mujeres amortomadas se escapaban del círculo, montaban bicicletas galácticas en un espacio sin nombre, ni juicio, y repetían a coro, cada una con un megáfono, el verbo y la palabra prohibida.

Oh mon amour je te aime.
Cuando era niña creía que vivía adentro de un vestido rosa hasta que un día vi al cuco en persona.

Había una calesita que roncaba bostezos de niños recién nacidos con ombligos como
esponjas.

Los inanimales eran los verdaderos.

Los caballos de sangre, y hueso y dientes no existían.

Alguien había silenciado los relinchos.

La calesita giraba mientras nos iban creciendo los genitales y las luciérnagas, y los

inanimados se volaban convertidos en ratones angélicos.

Los niños son como aspiradoras, decía mi abuela, tiraba un polvo blanco,

anticonceptivo en mi oreja, mi nariz y mi boca recién chupadas por mi primo el
retardado.

Padres reproducían moralinas mentirosas para asustarnos de nosotras mismas, se
persignaban para ahuyentar a los demonios de nuestro pubis con dedos.

Sobre el arco de un iris, arriba de un gato,

sobre el violín, mientras la luna lloraba, yo soñaba que me escapaba en el relincho de

un caballo que se convertía en hombre.

martes, 5 de octubre de 2010

El derrumbe doloroso,
derrumbado en el tajo del pecho,
Oxidándose,
sinrumbo,
como el manubrio de la bicicleta de un ciclista paralítico.

La leche derramada en los desayunos de las últimas mañanas de los últimos meses.

Las avispas de cola larga en las tazas de miel y musgo que aparecen por la casa cada vez que camino descalza por el techo.

¿Si la libertad es amor, por qué el amor no es libertad?

domingo, 12 de septiembre de 2010

 
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miércoles, 8 de septiembre de 2010

 
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