viernes, 27 de junio de 2008

La piedra en Copacabana

Habían noches de bicicleta en que en las calles crecían hongos.
Retrovil hacía ochos en la guinda, todo estaba nublado o a punto de caerse, era una
/inestabilidad estable.
La ciudad era de plastilina rosa.
En las subidas las piernas de Retrovil se endurecían bajo el tapado gris, imaginaba caballos
/y riendas que se ataban a la bicicleta, y la llevaban.

El tiempo se dilataba por la falta de foco, y el viaje era un océano sin tierra a la vista.
La luz de los autos le encandilaba en los ojos el deseo de entregarse a un último ruido, un
adiós aliento.

Sus ojos también eran de plastilina, eran la ciudad, la calle con hongos,
la lluvia de la tarde, la contradicción, la boca del deseo y los ojos del miedo.

Cada persona tiene una luna que nace y muere con uno- pensó Retrovil.
Hay un collar y alguien que enhebraba las lunas y las desenhebraba hasta que se apagan.
La melancolía es el collar roto, la luna que se va volando, los zapatos que primero quedan chicos y después quedan grandes, la ropa que se pierde en los caminos.

Hay lágrimas que se van volando con la luna, y siempre llueve
o está a punto de llover.

Hay lunas de mentira que quedan flotando arriba de la cabeza, y Platones y cavernas y
/espejos en los que cientas de Retroviles miran y aman lo que ya
no puede verse.

lunes, 16 de junio de 2008

Rio de Janeiro, un locutorio con breves minutos. Esta ciudad es una maravilla, la gente baila en cualquier parte y a cualquier edad. En un bar me hice amiga de un viejo que queria levantarme, y me negué aunque acepté una invitación a andar en su auto antiguo bordeando el mar. Era un descapotable y las melenas se me volaban al viento del mar. Cuesta encerrarse en el cuarto a trabajar con un guion porque es como si uno escuchara la musica de la calle e inevitablemente tiene que salir a ver, oler, escuchar. Muchas cerveza y caipirinia. Belleza. Estoy contenta. El pelo me brilla al entrar y salir del mar, la cara la tengo negra.

jueves, 5 de junio de 2008

Las siliconas viejas de Madame Rivau

Las siliconas de madame Rivau habían envejecido, por no decir que habían muerto adentro de su cuerpo.
Había que quitárselas y sepultarlas en la basura del hospital alemán, (eso si madame Rivau lograba que la obra social le cubriera económicamente el despojo de su cuerpo irreal, su parte de muñeca inflable).
Podríamos enterrarlas bajo un limonero- pensó Retrovil- y tirarles flores de plástico.
Imaginar a madame sin siliconas era pensar en un globo desinflado en mitad de la fiesta,
o en piñata de colores que se la lleva el viento.
El maquillaje corrido y la arruga que se asoma, el vestido que siempre vistió al maniquí tirado en el piso, arrugado y el maniquí desnudo y gris acostado en la banqueta.
Destriparse las siliconas, despojarse de la muñeca inflable implicaba abrir cierres,
cambiar la forma, dibujarse otra, volver a ser la madmoiselle sin globos, sin peluca, soltar las burbujas, desarmarse, no ser más Afrodita y los proyectiles de los ochenta, exponerse a la aguja del tiempo y entregarle a Cronos el cuerpo de muñeca desinflándose.
Retrovil odiaba las siliconas en general pero con las de Madame Rivau tenía un vínculo diferente.
El cuerpo de madame era un carnaval,
Y Retrovil pensaba al verla en los días de la infancia en que los chicos la perseguían con los baldes repletos de bombitas, y ella huyendo en la bicicleta roja, la que le había regalado su abuela para su cumpleaños.

Los veranos sucumbían, el sol languidecía, los cocodrilos se desinflaban en las piletas, las hojas del otoño se acumulaban en los parques, caían de los árboles y se pegaban a los sombreros de las abuelas, lo mismo pasaba con madame Rivau.

Era su cumpleaños, y madame había decidido no apagar velas, ni decirle a Retrovil el nuevo número que le tatuaba la córnea,

Era su cumpleaños y madame Rivau había decidido visitar a la cirujana para ponerle fecha de muerte a Afrodita.

martes, 3 de junio de 2008

Invierno en retro

El invierno recién asomaba un dedo de hielo
que perforaba el ambiente, tocaba las piernas desnudas de las adolescentes, se metía adentro de las polleras.
La ciudad estaba cruda, morada, alguien tosía todo el tiempo.
Las voces salían de una misma nariz gigante, tonta
y azul.
Las cuerdas vocales eran tías depresivas con cara de pepino abandonado en la heladera, encogido, con hongos. Las cuerdas vocales eran huevos roto,
se quebraban frente a todos, no se podía mantener la compostura ni con el kioskero
con la voz gangosa.
El inalámbrico blanco echaba raíces numéricas arriba de la cama.
Se morían algunos en el diario todos los días,
pero no eran los que llevaban cruces en los nombres, ni los que representaban cierto rédito económico para el diario “La Nación”.
En los colegios los adolescentes hacían huelga (como las vacas del campo) por la falta de estufas, si el invierno era un gorro, un tapado de piel y unos guantes para algunos,
para otros era una botella clavada en la arena de un lago congelado,
o un dedo quemado sobre una bolsa de hielitos.

los cuadernos congelados,
“mi mamá me ama”, escrito bajo la temperatura del niño engendrado en el vientre esquimal.
Solo los San Bernardos movían la cola en la plaza, los salchichas se visualizaban
adentro de ollas calientes, querían convertirse en Hot Dog s.
A Retrovil cada tanto le gustaba pedirse un perro caliente, untarlo de mayonesa y calentar la faringe.

Costaba desnudarse en el baño, hacía falta una botella de vodka junto al jabón y la esponja, o un hombre experto en desnudar mujeres en invierno.
Habían muchas tortas dando vueltas por las casas, y todos se llenaban de crema y chocolate,
para acolchonar el cuerpo al sillón, ablandar los músculos, aislar el frío de la médula.

Andar en bicicleta de noche era asumirse gota de agua adentro de la heladera,
y a Retrovil le costaba la decisión de abandonar la guinda oxidada en el patio
y hacer la vida mediocre y miserable del pasajero de colectivo, comprar el boleto para ser ganado.
Con la excusa del frío se pasaba días con las mismas medias largas, era una elegante lingera
con tapados ingleses de la madre.

Pensaba en Prozac y en Rita Hayworth, en la tarde del día anterior que habían pasado Prozac y ella sentados arriba de la cama, sin tocarse, con el frío golpeando del otro lado de la puerta, y ellos acalorados, sin tocarse, mirando a Rita bailar adentro de la Laptop.
Prozac deseaba a Rita más que ninguna otra mujer en el mundo. Retrovil la había mirado con la retromelancolía del dinosaurio
extinguido,
ya no había Ritas, ni Hepburns. ¿Dónde estaba Marilyn?

Retrovil le había prometido a Prozac contratarle una doble de Rita la noche de su muerte, una Gilda que lo despidiera cantando con los brazos largos, enguantados y negros,
alrededor del cuello, una Gilda que le frotara suavemente la cadera en la última espalda,
le asomara las piernas a través del tajo del vestido ( lo invitara a morirse sin miedo).
Lástima que ella no se parecía en nada a Gilda.

También se había ofrecido a bailarle un numerito de tap.
El había aceptado.
Quizás bailaría “I am singing in the rain”, película que los había hecho dormir juntos
y embriagados la primera noche.
-Antes de la salida del sol, antes de su muerte, me meteré en su cama, echaré a la doble de Rita (la falsa Gilda) por la puerta grande, cerraré la puerta con llaves por las dudas (por si la Gilda quiere arrancármelo)- pensó Retrovil- me lo beberé entero y le mentiré hasta mañana.