viernes, 30 de mayo de 2008

Los payasos de Retrovil

Retrovil pensaba en los peces idílicos,
andaban en cardúmenes, nacían de a muchos, morían de a muchos,
vivían la misma vida siendo niños o viejos, no tenían que buscarse un trabajo, ni pagar
/cuentas, ni se asustaban de sí mismos.
Una mojarrita jamás se desdoblaba en tiburón, un pulpo jamás se flagelaba con sus propias
/manos.

Había ratos en que a Retrovil le crecían ampollas de tristeza en las plantas de los pies
/y en las manos.
No había forma de caminar o agarrar alguna cosa, sin sentirse triste.
El amor la envolvía como una telaraña,
o se le venía encima como una casa abandonada sin puertas ni ventanas,
algo aullaba muy adentro,
como si otro-ella fuera a devorársela,
sostenía en la mano un vaso vacío en el que Jeckyl simulaba matar a Hyde
la ceremonia de siempre, y ella la tonta ingenua que cree que el mundo se acaba
solo por que ella lo piensa,
ella siente que el vaso va a romperse, la mano no resistirá mucho más,
y todos, y todo, sobre todo ella,
se ahogarán en la locura de Ofelia y la ausencia de Hamlet.

Las inevitables lágrimas, la herida abierta y el grito de aquel viejo sueño en que ella
/se desangra de un pie, tiene un agujero como de bala, el hermano demente la insulta,
el padre quieto.
El inalámbrico blanco, ¿Dónde? ¿Dónde está? y la mano que tantea desesperada
/como cuando a la vieja se le cae la pastilla para la presión.
Mensaje en el contestador, mensaje de texto:
necesito payaso urgente, necesito payaso y Frank Sinatra y esa canción en que el chico le
/pide a la chica después que ella lo dejó que le mande los payasos.
A ella alguien la dejó hace mucho tiempo, y desde entonces le parece que todos la dejan todo el tiempo.
Y la amiga venezolana que conoció la canción de Frank Sinatra por ella, dibujando
/demonios rojos sobre postales madrileñas, riéndose como un demonio africano,
/gritandole “oye, mandame los payasos”,
mostrándole esa grieta oscura
con la que colorea los demonios sobre las postales de casas de ropa
o productos de belleza.
Y más tarde, al rato, asomando la cabeza como de adentro de la colcha
el vecino ventrílocuo, el alivio de escuchar su voz en el teléfono,
y saber que en breve
ella dejará la cama, se levantará de la tumba,
hasta se pintará los ojos con delineador negro y sombra celeste,
se pondrá medias rojas como las lamparitas de su living,
visitará a ese payaso que viene del medioevo, (ella está segura que es de otro
/tiempo) y por eso lo quiere y lo quiso desde el primer día.
No sabe que quieren decir los payasos en su vida, pero sabe que significan mucho.
Un cuadro, una película, un vecino: tres payasos que la miran desde algún lugar
/remoto,
desde el living de la casa, desde el barrio, desde el monitor de Bauness 1321,
desde la tarde de payaso en que alguien asesinó a la abuela
y la niña atravesó la puerta con un caballito de madera para desenmascarar al payaso
/asesino, y meterse en la cama de la muerta rezando al ángel de la guarda.
Hay un payaso de pie en el baño del ventrilocuo, de plástico, horrendo, con las manos erguidas, te mira mientras estás sentada en el inodoro,
puede inhibirte, hay que ignorarlo.

martes, 27 de mayo de 2008

Madame Rivau

En estos días a Madame Rivau los rivotriles no le hacen efecto,
Y Retrovil la apacigua cuando la boca se le llena de palabras langostas desesperadas en peceras de Restaurante,
palabras- pinzas inmovilizadas por gomitas de plástico,
palabras como las de Gregorio Samsa cuando no puede hablar.
Madame Rivau es el contraespejo de Gregorio Samsa.
Sus palabras tienen el tono del hombre cucaracha,
pero ella es Madame, y su cabellera blonda el vellocino de oro.
Madame es la domadora de los circos que hace que los elefantes bailen,
que los muertos resuciten en el escenario.
Madame, la modista única que confecciona trajecitos diminutos
para que las mujeres disfracen el sexo de sus hombres con boinas y bufandas.
Madame la de alma transparente en los ojos desnudos y azules.

Madame Rivau es madame,
no puede,
ni podrá dejar se serlo
nunca,
aunque una vasija rota allá en la infancia, el acostumbramiento al rivotril,
o la falta de un hombre que la penetre la haga sentirse mujer langosta o cucaracha.
Retrovil sabe que los seres humanos se dividen en los Samsa y no Samsa.
Sabe que debajo de la blonda cabellera, las siliconas, y la altisonante carcajada de madame,
hay algo podrido como la manzana empotrada en el torso inocente de Gregorio.
Madame se revuelca por los pisos y siempre está a punto de sacarla
escribiendo orestíadas,
planeando el asesinato de la madre-Clitemnestra,
metiéndose en la piel
de Electra.

Pero algo pasa, el lápiz pierde la punta justo en el momento de apretarle el cuello
y matarla,
o a último momento Orestes se acobarda.
Es por esto que Madame Rivau le suplica a Retrovil
que la ayude a terminar la tragedia con la excusa del concurso literario,
y le habla desde Gregorio Samsa,
y a Retrovil se le mete en el oído ese zumbido quejumbroso,
la plegaria desesperada, tengo que matar a mamá, tengo que matar a mamá.

Sale pedaleando por Congreso, en una calle a contramano y piensa
que le gustaría escribir el asesinato de la madre no desde madame-Electra,
sino desde madame Rivau.
Imagina que si logra escribir el asesinato de la madre en manos de la hija,
Su amiga sacará la manzana empotrada en el lomo,
tocará la herida en la que están la madre y ella misma de niña, (tiene los mismos ojos de ahora)
sobre la vía de un tren y la madre corre y grita “voy a tirarme”,
y la niña grita “noooo mamaaaa”. La madre gira la cabeza y le dice
“está bien, hoy no”, y la niña escucha “mañana” aunque la madre
no llega a decirlo.
Y Retrovil piensa que la madre no pudo nunca matarse a sí misma, de la misma forma que madame Rivau nunca pudo matarla.
Quizás sea la madre y no madame la que pertenezca al reino de las cucarachas,
quizás al mirarse en el espejo confunde la cara de la madre con la propia.
Quizás su verdadero espejo esté oculto bajo la manzana que le tiró
la madre.
Quizás Retrovil pueda ayudarla a encontrarlo.

domingo, 25 de mayo de 2008

sábado, 24 de mayo de 2008

0 ( cero)

Todo empezó con el humo.
En un principio me vino ese viejo olor a hoja quemada,
a zanja en el medio de la ruta y hombres trabajando, olor a infancia
a falcon rojo y papá golpeando el volante en la Panamericana cuando nos peleábamos mis hermanos y yo en el asiento de atrás.
Rastrillos de noche, hombres de cajas toráxicos grandes con palas, fuegos naranjas,
cientas de hojas quemándose.
Al principio fue solo eso: una reminiscencia,
el chirrido de la quema en los ojos ardidos de melancolía,
lo que ya no está.
Más tarde la ciudad se volvió un garage con la salida clausurada,
un montón de autos encendidos orquestando una asfixia que no mata,
pero desespera
y provoca un grito que no llega a gritarse
para no abrir la boca y tragar el humo.

Algunos se pusieron barbijos. Vi a la salida de la iglesia niñas con moños en la cabeza y barbijos en la boca.
Madres plancharon vestidos de comunión, emblanquecieron barbijos.
Niñas que se volvieron enfermeras, jugaban con palitos
como si fueran herramientas quirúrgicas.
La infancia se volvió una gran sala de operaciones, no hubo a quién no se le despertase la vocación de abrir cuerpos y jugar con órganos.

Todos, digo todos
viviendo adentro de el humo. ¿Realismo puro o ciencia ficción?
Ya no recordé colores naranjas, ni rastrillos,
La melancolía de la infancia se quemó en el aire apocalíptico,
el humo parecía de camión, de auto, de colectivo,
estaba metido adentro de las casas, merodeaba
las cunas, los tejidos blancos de las abuelas,
los canapés de los mayordomos en las embajadas,
llegaba a la bombacha de la dama, al calzoncillo del caballero, al uniforme de la mucama que camina por Quintana, el policía de Flores, el garita de Martinez.
Las joyas de la avenida Alvear, las villa 31, el riachuelo entero,
los uruguayos tomando mate y humo nuestro.

Todos, fumata de campo.
Llegó a los barrios cerrados, a los consultorios de los psicólogos,
a los legajos, a los jueces, a los presos, las chicas y sus primeras fiestas de quince,
ninguna quiso ponerse el barbijo para no tapar el rouge de los labios.
Algunos se casaron y recibieron en la cara arroz al humo.
A los púberes el acne les salió negro (todos puntos negros), y en los funerales,
no había flores que pudiesen apagar el campo quejándose, incendiándose,
llorando a los hombres.
Los muertos bajaron a las fosas, parecían papel de diario arrojado a las chimenea,
y más de un vecino cuando hace el asadito de domingo, se acuerda del día en que enterró al viejo.
Todo se volvió un barrio cerrado: Smoke. Wellcome to Smoke.
Decían que respirábamos campos, pero la vida olía a caño de escape,
a apocalipsis.
Los ojos de todos atrás del humo,
sobre todo los del diariero a quién le comprábamos el diario rascándonos los ojos.
Los anteojos para leer se volvieron negros, los ojos rojos, abrillantados de lágrimas artificiales.
Las palabras salían de la boca al humo y se mimetizaban, ya no se diferenciaba
lo que decía uno del otro.
El pelo teñido de humo en las peluquerías, la nariz sucia,
respirar se volvió un trabajo. Me acordé de una instalación de Yoko Ono,
un cuarto vacío que dice: “respira”.
Nos reíamos.
Sabemos reírnos, no podemos no reírnos. Nos reímos siempre que podemos,
podemos siempre ( hay mucho, demasiado de que reírse). El aire se revalorizó,
subieron las acciones, y en esos días solo se demandaba aire fresco,
pero nadie podía comprarlo. Los aeropuertos cerrados, los pilotos descansando,
poniéndose al día con la vida en la tierra aunque fuera
una humareda. Sexo ahumado en Buenos Aires, le dijo una azafata inglesa un piloto inglés: ¿Do you want tu fuck on the smoke?
En los hoteles los turistas sexeaban con el aire acondicionado prendido
para que el humo no les arrancara el olor a sexo,
esperando que la franja gris le devolviera la visibilidad a los pájaros que los
devolverían a su país.
Bailando por un sueño en la televisión, cogiendo en el humo, mi reino por una vaca,
los fumones tirados escuchando “Air” para que el oído que se vuelva nariz.
Los trotadores de parques miraban al cielo con la endorfina adicta suplicando kilómetros,
y los pulmones deprimidos dijeron que no con la cabeza,
los restaurantes carnívoros vendían vegetales, se desesperaban por las vacas de huelga
que vaciaron las mesas, las billeteras.
Había que conformarse con un vaso de leche fresca,
algo que nos hiciera imaginar que éramos Heidi y Pedrito en los alpes
y el abuelo nos espera atrás de un ojo de huey.

Retrovil amanece con resaca y sin bicicleta en lo de Damvan, corre a la ventana.
¿Cómo está el humo hoy?

viernes, 23 de mayo de 2008

miércoles, 21 de mayo de 2008

Retrovil y Prozac ( II )

Retrovil acostada en la cama pensaba que lo que la había unido a Prozac
era la bicicleta.
Lo había conocido justo en la época en que había sentido esa misteriosa y auténtica necesidad de rodar.
Hubo un día en que las piernas ya no le alcanzaron, necesitaba ruedas como extremidades, no patines, dos ruedas grandes que la separasen varios centímetros del piso,
no una silla de ruedas,
necesitaba montar el rodado, sentirlo entre las piernas como un caballo,
un caballo con ruedas como piernas,
sin dientes que pudieran morderla y arrancarle otro pedazo de dedo.
Un caballo rodante como esos perritos trágicos a los que les amputaron las patas
y en vez tienen rueditas de carro de supermercado.
Se preguntó si los perros con piernas-ruedas también correrían carreras como los paralíticos en las olimpiadas. Se imaginó la calle Corrientes
sin autos, sin gente, con las putas de los carteles, y el gran Obelisco,
y miles de perritos diminutos rodando hacia el bajo sobre sus trágicas pierni-ruedas.
Esa imagen la conmovió.
Prozac había presenciado el hurto de la primera bicicleta, la que Retrovil había bautizado “Yellow Submarine”.
El hurto fue de madrugada en la puerta de calle de la antigua casa de Madvan.
El episodio había sido la crónica de una muerte anunciada. Al salir a comprar más cerveza, para multiplicar burbujas,
Prozac le había advertido sobre los peligros de dejarla a la intemperie, sola,
atada a un poste con un candado débil, expuesta a esos villanos,
que te quitan en un instante
la ilusión amarilla de rodar de noche por las calles desiertas
cantando “love, love, love” de los Beatles.
Ella, efervescente, no había querido oírlo, estaba demasiado apurada por subir a lo de Madvan a seguir burbujeando humo, cerveza, música y bailar con ellos
el desenfreno de la última noche en esa casa. La gran pérdida era abandonar para siempre esas ventanas del cuarto de Madvan, a través de las cuales se metían
los ángulos de las calles de adoquines, los árboles y los autos amenazantes que apuntaban siempre en dirección a él.
Solo había quedado de la Yellow submarine una filmación móvil en el celular de Mavdan, de una mañana única en que los dos habían rodado la ciudad en ancas,
sobre la Yellow Submarine,
atrapando el instante de perpetuo movimiento, de ciudad que no para,
una road movie en miniatura de ellos mismos sobre una bicicleta amarilla
después de una noche ácida en un mundo parecido a Kubrick, pero sin
glamour alguno, con texturas, formas, y colores extraordinariamente patéticos.

lunes, 19 de mayo de 2008

Retrovil y Prozac

Retrovil lo espera en Uruguay y Corrientes arriba de su bici color guinda.
Prozac viene pedaleando desde caballito. Ella lo mira desde la bici-caballo,
en sus ojos hay un vitraux pintado con vinos tintos y azules.
Tiene cara de haber buceado largamente en un mar de esponjas y peces espada.
Él le dice algo de su cara, y ella siente como él prende un fósforo de llama azul
a la altura de las ojeras
para mirarle las pupilas y medir la tristeza sin antifaz.

Algo adentro de ella se relame en la humedad de la lágrima que no llega a asomarse;
la nostalgia en super ocho rueda en silencio mientras pedalea atrás de él,
y la ciudad se despliega a la velocidad de las ruedas de la bici, al ritmo de los caños de escape.
En la calle hay carteles gigantes, brillantes mujeres con las carnes expuestas a todo color.
Es una larga pasarela de monstruos con tetas, culos, lentejuelas, brillos,
caras de plástico, y mucho maquillaje de muñeca inflable.
En el centro el gran obelisco: un rey, una pirámide, el sultán y su pasarela de putas,
el sexo de faraón erguido entre autos sin fin que van y vienen buscando, buscando, buscando,
el vodka, el cigarrillo, la muzzarella con cerveza, el pan con manteca, el infantil,
las medialunas de grasa, las librerías, el programa de sábado a la noche,
Corrientes y la nueve de Julio.
Hay que atravesar todo eso hasta llegar al río color negro,
La costanera sur es un alegre chirrido de choripanes mariposas que bailan con la cumbia.

Retrovil y Prozac andan por los caminitos de tierra, pasan cerca de playa putos,
arrastran las bicicletas en la playa de escombros,
se sientan sobre lo demolido para mirar la tarde sobre el agua, las algas,
y sacar una foto repetida sonriendo.
Prozac y Retrovil son un dúo de cuatro ruedas sobre escombros que avanza
hasta el límite sur de la ciudad de los buenos aires,
para colgarse del horizonte, y dejar que ese Dios del despojo,
les arranque los edificios de los ojos, y les de un baño de cielo gris y agua negra
y los haga soñar con viajes, barcos o caballos.

domingo, 11 de mayo de 2008

www.solosyhechosmierda.com

Escribir cuando hay algo para decir, o escribir cuando no hay nada que decir, cuando la noche es frívola como hoy. En noches como ésta hay una tal Ariadna (hace siglos que ya nadie puede pronunciar su nombre y ahora solo la llaman Adriana o Adri) que tira un hilo a través de un laberinto sin salida ni minotauro. La tristeza de Ariadna no es tanto por el laberinto, ya asumió que el laberinto tomó el único palacio en el que ella puede vivir: la peluquería de once en la que trabaja, su cuerpo dañado por la celulitis, la familia (ese otro laberinto adentro del laberinto). Ni siquiera en el locutorio se siente a salvo. La tristeza de Adriana es porque el Minotauro está muerto ahora para ella. No sabe de qué le sirvió matarlo si el tipo pesa más muerto que vivo. Los fines de semana eran ese infierno de cachetadas y persecuciones por Corrientes y Pueyrredón, te voy a matar puta de mierda, pero por lo menos ella corría y sentía que las carnes de los muslos se le movían, tenía algo real de que escapar, ahora en cambio está sola, clavada en ese locutorio con las piernas lechonas, inertes sin saber a quién escribir.

Hay una tal Marlene que algunas noches, cuando todo está medio muerto, escucha el cri cri cri del conejito a cuerda, el que tiene la pelambre blanca sucia, cri cri cri, hace círculos encima de la mesa, el conejito, y ella sale a la autopista en el auto a mirar a las parejas salir de los hoteles alojamiento. Babilonia, Magnus, Kebon, Real Horizonte, Okey. Se pone anteojos negros. No puede evitar ponerse anteojos. Antes se toma un wiscky de una petaca, cri cri cri y espía a las parejas cuando salen. Escucha My funny Valentine, una versión de Chet Backer, y de fondo el caño de escape del auto, porque nunca apaga el motor para no dejar de sentir que es una pasajera en tránsito. Alguna que otra vez llora mientras la lluvia golpea sobre el vidrio de su auto y el parabrisas parece tenerle lástima. Entonces entre los sollozos y los tragos de wiscky saca un alfajor Jorgito de la guantera. Lo mastica. Le gusta ese alfajor porque tiene nombre a nene que juega a la pelota, gusto a morochito de barrio que un día perdió los anteojos y lloró a moco pelado y ella consoló. No llores Jorgito. Las lágrimas mojan el borde de los anteojos y las patas color crema. Marlene se hace llamar Marlene por la Dietrich. La elige porque es ambigua, medio hombruna igual que ella. Aunque a la Marlene la querían todos y a ella no la quiere nadie.

Marlene saca fotos digitales de las puertas de algunos hoteles alojamiento y después da cuerda al conejito, cri cri cri en forma de círculos, sobre el colchoncito redondo del mouse, mientras las baja en su computadora para publicarlas en ese sitio www. solosyhechosmierda. com dónde se mete Adriana cada sábado para ver si encuentra un Teseo que le quite el peso del minotauro muerto.

viernes, 9 de mayo de 2008

La mamita y el papito,
tirándola y atajándola del tobogán,
ella era diminuta.
Ahora grandulona,
la sostienen
cuando algo adentro de ella
quiere saltar por la ventana
y romperse.

Ellos ya son viejos,
como los rayos de las ruedas
de las bicicletas sin manubrios,
pero corren si un hijo grita
y algo está a punto de romperse.
Hubo un corazón enfermo
se lo cargaron en la espalda
atravesaron la frontera,
subieron la montaña
y lo sanaron.


El pelo se puso blanco,
la tarde amarilla
el sol detenido atrás de la mano temblorosa,
la que vuelca el agua de las jarras,
va caerse un día sobre las manos
de la hija,
como la flor cuando se desmaya
antes de deshacerse en la tierra.
Ella besará sus párpados,
Se implantará los huesos,
Se beberá los ojos.

jueves, 1 de mayo de 2008

Esperando a Perez

En un cuadrado llamado cuarto,
dejó caer la solnaranja sobre las letras circulares,
rodándole de la boca, de los ojos
a la hoja pulcritana queriendo emputecerla con la penuria
del vacío, como tirar lágrimaslluvia para regar la planta
antes de que muera cada noche.
Jugó un rato como el gato con la lana gris,
Quizás para dejar la boca chueca del día,
de suela rota, en la servilleta,
como si alguien fuera a llegar a última hora a su barcío
de pura agua, agua y más agua sin tierra ni cuerpo a qué aferrarse,
como si alguien fuera a encontrar la putipulcra y como si alguien
fuera a la guardara en un bolsillo,
para acariciarla por las calles de la ciudad sin nadie de noche.
Cómo si por dejar una huella en la pulcriputana nochehoja alguien fuera
a encontrarla a buscarla a meterse
en la cama con ella y amebarse en la noche sin súbito:
una tocada de silbato inútil y bella para que lleguen los ausentes.
Invisible toda ella endredonada en la noche calefaccionada por la
chimenea tecnológica que asesinó a las lenguas naranjas
de las chimeneas sin tecno ni logia, hipnóticas, de los veranos en el bosque.
Nunca llega Godot, y ella amaodia su ausencia,
No puede explicarlo es querer reirllorar, y no hacer
Ni una cosa, ni la otra. Hizo dibujos para tirarle por debajo de la puerta,
por si osaba presentarse el Godot o cualquiera en su pasillo a escucharla respirar,
mientras ella dormía soñándose fuera de la solitud de humo, como si Godot o
el ratón Perez fueran la misma cosa, una criatura diseñada para recoger
eso que ella perdía algunas noches como ésta en las que inevitablemente
se pierden
los dientes en los sueños.
Alguien tiene que agarrar lo que va muriendo, ninguna cosa muerta
debería pasar desapercibida. Cuando mueren esos animalitos
tan chiquitos llamados hamsters, los niños los entierran bajo los árboles,
y tiran flores, y en el funeral infantil los pétalos son diminutos
y también los zapatos que se van corriendo agarrados de la mano
para jugar a la soga,
antes de que suene el timbre para volver a clase a odiar a la maestra.