miércoles, 27 de agosto de 2008


Las gotas se filtran entre los dedos,
La mirada azul se esparce como una mancha, el mar se aleja quieto.
Tantea ciega la bañadera buscando algún pelo olvidado que la enrede a esa peluca de ficción que fue pelo verdadero y narices respirando.
Un borracho se tragó las horas en que la gata se escapaba por el tejado.
Los despechos de las mujeres volaron las ventanas.
La gata ya no estaba, y un gato se moría de viejo,
Vértebras, pechos con jadeos, costillas con hombrecitos diminutos de grandes cabelleras, vestidos en pana azul, todos muertos.
Todo fue a parar al piso dónde los gatos se relamen en la noche sin trompetista en la ventana.
Una mujer cercana al arpa mira el reloj, corre hacia atrásadelante para llegar a Paris.
Le pide a alguien una linterna para subir el telón de su ínfimo escenario
y ver que no hay nadie en la platea y vivió una vida de pelucas y marionetas.
No se puede detener la mancha, es una planta de nacimiento que crece hasta la muerte.
Hay ojos que se van cerrando, y las manos no saben, no pueden levantar los párpados grises que quieren irse.

No hay llanto capaz de nada.

viernes, 22 de agosto de 2008

La sufrida odia sufrir, no puede no sufrir, amasufre, sufre sobre el hambre, el deseo, ese árbol naranja, se vacía, árbolfuria en la garganta carne, el fuego apagado y la carne tristemente cruda, la sobriedad después de patear todas las botellas, pasar la lengua por las gotas, una sombra se encorva sobre las raíces arrancadas, manotazo de ahogo, la terquedad del cielo sobre la niebla, la sed te seca, salir corriendo, mojarse, sufre mojándose la cara, ríe sobre las lágrimas, sale humo de su boca, toca las paredes, el piso, los huecos del espacio vacío. Decir nada cuando los pensamientos tejen alambres, púas musicales, aquietar las sillas sacudiéndose en el silencio de la impotencia. Atravesar con las uñas las cerraduras buscando la luz del otro lado de la puerta. Pedirle cartílagos a las uñas rotas, arrancar las sombrillas, dejarse quemar, ablandar la médula acalambrada en una playa de invierno, acariciar espinas, chupar la sangre con gusto a nacimiento, se ensanchan las costillas, se desinflan y se vuelven a inflar, la cara nítida en el espejo. La cotidianidad quebrada, el cuerpo desparramado sobre una idea que nace siempre a punto de morirse, querer resucitar, rebobinar la cinta antes del portazo, lágrimas de risa, mostrar los dientes para sonreír y avergonzarse de los comillos de lobo rabioso. La vergüenza de la saliva colgando. El monstruo de las dos caras espera cualquier gesto que lo salve de la lápida, como si la moneda estuviera eternamente en el aire, a punto de caer.

martes, 19 de agosto de 2008

Balada huérfana


El mundo es un circo repleto de monos.


Había una vez un
rubio,
huérfano
con cara de mono.
Sus señas eran
la cabellera rubia, la pálida orfandad.
Era como el oso de peluche de los orfelinatos,
desfilaba por los pasillos repletos de niñas mujeres
tocando la batería triste.

Las niñas mujeres encandiladas por su tristeza
de niño abandonado,
se arrancaban los vestidos y desplegaban sus pechos.
Lo amamantaban con la miel que genera la huérfana tristeza.
Una mujer villana lo había abandonado de la peor forma,
la cabellera rubia y huérfana, desteñida de ceniza, se movía apenada de un lado para el otro.

Una mujer niña, de nombre Gladys, cautivada por el sonido de la batería melancólica, quiso desatar los nudos de los cordones, en los zapatos del abandono,
para que el
rubio
huérfano
con cara de mono
transitara su camino amarillo de lirios y perros.
Creyó que las gotas en sus zapatos eran lágrimas,
quiso besarlas.
La miel sobre el enjambre de pechos,
adentro de una botella de vidrio, junto a un papelito en el que está escrito su nombre.
Se anudó por dentro queriendo derretir la pena huérfana y le untó por la mañana miel a las tostadas, se las llevó a la cama
al rubio,
huérfano,
con cara de mono.
Gracias por la miel, le dijo el mono triste, y ella creyó que la neblina se despejaba sobre el camino amarillo.
Una niña amiga, también de nombre Gladys, la oyó cantar la perorata huérfana.
Visitó otra amiga cuyo nombre no era Gladys, también ella le habló de un
rubio
huérfano
con cara de mono
que tocaba la huérfana y triste batería.
Qué extraño, se dijo, ¿El mundo será un orfelinato rubio zoológico y musical?
En el piso de la casa de su amiga cuyo nombre no era Glady había un pañuelo blanco con las señas del huérfano.
Se lo guardó a escondidas en el bolsillo.
Visitó la casa de su amiga Gladys y lo puso sobre el zapato con lágrimas huérfanas que lloraba Gladys.
Las mismas gotas del mismo
rubio
huérfano
con cara de mono,
sobre el pañuelo de la no Gladys y sobre el zapato de Gladys.
Éstas no son lágrimas, Gladys.
¿Qué son?
Esto es semen de mono mentiroso.

sábado, 16 de agosto de 2008

La esponja en el pecho se bebe la indiferencia.
El otro se retrae y ella se ensancha de pena, se esponja, y tiene que bucear adentro de ella el avioncito de papel que la hace salirse de sí misma. Salir volando cada día con el impermeable para la lluvia.
La resignación es bajar una persiana, es la negación, es no mirar los cuadros pintados por el pincel fantasioso que colorea al trazo débil, en lápiz negro, de la mano del otro.
El silencio es el ruido que más le duele. Lo calla con música, lo oculta adentro de una batería, le pone máscaras para no ver su cara inmóvil de cadáver rompe colores.
Las motos con globos azules llegan a los aeropuertos y hay que despedirse con la tristeza de ver los globos volando en el cielo.
Los caminos son individuos.
Hay fragmentos, pedazos de tierra compartidos, noches de carpas, son segundos.
Hay que sacar de vuelta la tijera y cortarse la melena aerodinámica.
Dejar el sexo en un callejón sin salida, esperar que llegue un gato nuevo para volver a maullar.
La anestesia dura tan solo una máscara, el dolor vuelve a la pata débil.
Todo se diluye en el silencio.

viernes, 15 de agosto de 2008

Bosque Sorpresa

jueves, 14 de agosto de 2008

La retina viva de un muerto

Hay un padre muerto que abre un párpado para que todos miren su retina manchada por el pecado de los otros. Su nombre es Gregorio. La cinta del tiempo se rebobina, suena un piano: la vieja melodía de una casona decadente. Todos galopan hacia otro tiempo en la casa del velorio. La familia está loca. Cabalga con el féretro a cuestas, mira la retina viva del muerto. Es el último deseo. Los cuadros se mueven sobre las paredes, sobre los espejos crecen fotos con musgo.

Hay una grieta en el espejo de la casa que está adentro del ojo del muerto. Se llama Anselmo. Conduce el caballo desbocado que arrastra al muerto riéndose mientras cuatro manos fantasmas tocan el piano. El espejo de la casa se rompió adentro del ojo del muerto cuando una empleada doméstica abandonó por un hombre a su hijo Anselmo, se robó la vajilla de plata, dejó su retrato junto al niño. El velorio es la casa de los espejos rotos.

Una mujer llamada Aurora, maquillada al nacer, se tocó los senos con la mano del niño abandonado, lo convirtió en juguete, en rey; se consiguió un soldado que era mujer pero parecía hombre para que el niño no perdiera la corona.
Cayeron las mellizas del trono, dos niñas feas como las meninas, con vestidos y moños de princesas, el padre no pudo atajarlas. Se quedó atrapado el niño Anselmo en la grieta de su ojo. Entonces se rompieron los marcos de fotos en los que las mellizas tocaban el piano a cuatro manos.

Aurora no quería que dejaran de tocarle los senos, entonces alguien que tenía la grieta con el niño en el ojo, Gregorio que ahora está muerto, tenía que desaparecer. El padre no pudo atajarlas, el piano se calló para siempre, su tapa cayó sobre las manos meninas y mellizas con moños de princesas. El soldado tiró a Gregorio por las escaleras, lo convirtió en planta callada y sumisa para que el rey no perdiera la corona, para que el piano no volviera a tocarse. Al rey le creció pelo blanco pero siguió siendo un niño perverso. El muerto no quiere irse. Los caminos se inundan. Los caballos se detienen para volver a la casa suntuosa, ahora convertida en morada de muerto, en espejo roto.

El pasado vuelve, como si lo roto pudiera volver a unirse para borrar la mancha de pecado en la retina del muerto. El sexo de pelo blanco, el niño rey apunta a dos adolescentes que son una réplica de las mellizas. Quiere jugar con ellas para que suene la melodía de las cuatro manos, para que resucite el piano asesinado por el soldado que lo custodia. El presente y el pasado son espejos enfrentados. En el medio, la retina viva de un cadáver manchada por el pecado de los otros.

domingo, 3 de agosto de 2008

Gladys sentada sobre la baranda metálica mira pasar los camiones,
los carteles, una radio estúpida de fondo, la música fuera de foco, las luces rojas del hotel alojamiento la vuelven pelirroja.
Los faroles rotos por el taco furioso de sus zapatos puntudos.
El taco partido, como todos sus zapatos, por los que siempre se van.
El zapato puntudo rojo y resentido, sin taco,
revoleado hacia el gris del asfalto, como un corazón inútil, al que le falla una arteria,
un niño espartano y deforme arrojado por el acantilado.
A Gladis le falta un zapato.
Está descalza.
Es una cenicienta, su auto es una calabaza y el hotel alojamiento es el baile de una boca en la que se besan parejas que entran y salen.
En el medio de la ruta el zapato es atropellado por un camionero, da vueltas carnero, y se convierte en oreja de una vaca.
Los ojos de Gladys miran el cartel rojo del hotel alojamiento “El beso”.
Es una boca gigante y roja.
El capot de mi auto debería estar forrado con esa boca y chocarse contra otro auto con boca, adentro de un túnel negro, un beso en la noche que haga estallar los vidrios,
que mi zapato rompa los parabrisas, que se mezclen las ventanas en el aire y salten las tripas dolorosas, que las atropelle un camión con reses muertas, y se las lleve a los carnívoros.

Aletea la nariz, una vez, dos veces, a la tercera un olor a hombre rubio y salado la asalta por la espalda, se le mete adentro de las fosas. Ella aletea con las alas más erguidas que antes, como si el pájaro estuviera por despegar. Unas manos musicales le tapan los ojos.
¿Sos vos?
El hombre llora por dentro. Está en silencio. Ella no puede verlo, ni oírlo,
pero le acaricia el pelo. Él le toca la boca, la comisura de sus labios.