martes, 14 de octubre de 2008




El miedo te anuda las venas, un árbol de neurosis te hace una gran sombra sobre la cara, florecen limones negros.
Te envenenás la lengua con pensamientos como golpes sin guantes.
LLorás y crees que ya nunca vas a volver a lo dulce y a lo salado, a los sándwiches, a las migas, a los confites desparramados sobre el mantel.
Se te afloja la columna como si Dios te soltara el cogote.
Querés caerte para que te lleven alzada al refugio dónde no crecen las telas de araña en las manijas de las puertas.
En la cabeza todo es como el ruido invisible de la nieve.
Estás sola, entumecida, muda, en un gélido blanco.
Alguien te va pinchando las ruedas del pensamiento y te duele como si te clavaran un alfiler en la yema de los dedos.
La bicicleta de luz entra en el oscuro bosque Paranoia dónde la locura es el único árbol.
Es solo un túnel negro, un antifaz de todos tus espejos y todas tus voces.
Del otro lado hay una laguna, un bote, y un remero que te llevan a una tarde de arena y agua mansa, a un rincón de sol dónde duerme la siesta el gato
maullando tu nombre.

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