sábado, 25 de octubre de 2008

El niño recién debe ver su cara
frente al espejo,
una vez que la máscara ya está pegada en su piel y no tiene manera de sospechar de su propia máscara, de su propia cara.
De lo contrario el niño siempre será niño
y llevará en su memoria ese único instante verdadero en el que vio su cara
fuera de su cuerpo,
en la mano de su madre.

Si una madre viola esta ley,
el niño querrá arrancarse toda la vida toda la máscara, aunque nunca dejará de tener miedo, un miedo desde el útero,
de ver la cara que escondió la madre atrás de la máscara, que imagina horrorosa y bella al mismo tiempo. .



Jamás podrás verte la verdadera cara- dijo una voz
Y un hombre de guantes y bisturí entregó a la recién llegada a una enfermera de culo parado y taquitos rojos.
Acababa de nacer, todavía no tenía nombre.
A través del vidrio de la nursery había una señora con grandes senos creciéndole.
Tenía en la mano una máscara recién pintada, recién nacida como los senos que le estaban creciendo para una recién nacida.
La madre tenía un pincel en la otra mano.
La máscara era la cara que le iban a poner.
La recién nacida vio su máscara.
Atrás de la madre había un cartelito que decía “mamá” bordado en hilo rosa con el dibujo de una madre amamantando.
La recién nacida lo vio.
La recién nacida tuvo hambre. Lo primero que dijo fue
mamá,
no para nombrar a la madre, sino para pedir comida.
La madre había violado la primera ley,
pero tenía el beneficio de ser ella el hambre, la comida, el miedo y la belleza de su hija.

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