domingo, 28 de febrero de 2010

Los dedos de hombre con arrugas suben por la pierna como un cangrejo,
las rodillas se doblan,
una ingle de muñeca nueva se abre, la mueca en la boca de niña que deja de ser niña, es placer, es asco.

La osadía se cierra, se abre, un dedo toca los dientes, la lengua.
Pedazos de hierba entre licores obscenos alrededor del musgo crecido de las piedras.
Una hilera de frascos
y humo,
un gotero de pequeñas muertes.

Un fósforo enciende un cigarrillo, se iluminan párpados hinchados, desteñidos de rimel, con gusto a mar y a lobo.
Un pez muerto sobre la arena, luna llena.
Un pantalón mojado.

Una mano es el reloj de arena de la noche,
las nalgas desnudas, de cara al cielo.

sábado, 27 de febrero de 2010



jueves, 25 de febrero de 2010

Un buen día decidí transformarme en mono: volver a las fuentes primitivas, al primate eslabón perdido que se fue degenerando.
Estaba decidida a des-evolucionar.
Dejé todas las valijas en la estación de tren y me adentré en la selva.
Corrí sacándome la ropa, dejé caer los miles de años de progreso.
Corrí desnuda, con la mente en blanco evoqué tan solo el acto de pelar una banana.

domingo, 21 de febrero de 2010

La noche hacia el alba, boca arriba.
Sobre la cama desgarrada de sexo, plumas de ángeles caídos.
Alguien espera del otro lado de la puerta el último silencio.

jueves, 18 de febrero de 2010

La isla estaba rodeada de loros que repetían la misma canzoneta.
Eran loros mecánicos adiestrados por los servicios de inteligencia del estado.
Se iniciaban a las cinco de la mañana, hora en que el relojero se colocaba el ojo de vidrio para salir a trabajar.
Las radios se encendían, junto a los faroles del amanecer,
se anudaban las corbatas mientras los publi-loros anunciaban en la radio la pasta de dientes oficial.
Los jueces de la injusticia suprema tenían blancos los dientes gracias al dentífrico Justo.
Las blancas dentaduras sonreían cuando sentenciaban a cadena perpetua a los anormales que carecían de tarjeta de crédito.

En todas las vidrieras estaba encendida la televisión, era obligatorio caminar mirando hacia la vidriera, e inspectores a sueldo se escondían y detenían a los hombres en la calle para preguntarles de que color era la camisa del presidente y cuál era la gaseosa obligatoria del día.

Había peajes, era obligatorio detenerse para comer y beber tal o cual, respetar los convenios de consumo era el primer mandamiento.
Con los dientes masticando había que mirar hacia la cámara de la garita y levantar el pulgar de la felicidad.

El gobernador ingobernaba por las mañanas, a la tarde dormía la siesta abanicado por una docena de negros profesionales del aire.
Sus secuaces cambiaban dólares en el horario en que el banco cerraba para no tener que hacer la fila,
la primera dama se maquillaba para escapar en helicóptero hacia las Bahamas donde la esperaba una lancha para secarse el pelo.

El departamento de la memoria estaba ubicado en una casa de papel con una chimenea de fósforos, se borraban listas de cadáveres y crímenes con grandes gomas,
se anulaban partidas de nacimiento de los hombres rebeldes que instantáneamente eran declarados no nacidos, los familiares y amigos estaban obligados a declarar su inexistencia y mirar hacia delante, hacia el progreso de la gran urbe pajarraca.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Se arrancó los sordos de los oídos,
la amarilla anestesia se fue volando por la ventana, en el patio de la casa los adoquines se volvieron tierra de pájaros azules que aprenden a volar.
Le crecieron zapatos de punta en el filo de la herida punzante donde amanece el grito rojo.
La impotencia del silencio y la negación,
la necesidad de decir soy,
decir soy, incrustarse de cara contra los paredones de la mentira.
La resonancia del golpe es una náusea profunda de infancia muerta.
En las grietas de la desilusión siempre ella flota como un cadáver, pero no es ella la que está muerta.
Un caballo relincha, sobre el simulacro de cadáver,
crece la sombra de una amazona.

martes, 16 de febrero de 2010





viernes, 5 de febrero de 2010