miércoles, 17 de febrero de 2010

Se arrancó los sordos de los oídos,
la amarilla anestesia se fue volando por la ventana, en el patio de la casa los adoquines se volvieron tierra de pájaros azules que aprenden a volar.
Le crecieron zapatos de punta en el filo de la herida punzante donde amanece el grito rojo.
La impotencia del silencio y la negación,
la necesidad de decir soy,
decir soy, incrustarse de cara contra los paredones de la mentira.
La resonancia del golpe es una náusea profunda de infancia muerta.
En las grietas de la desilusión siempre ella flota como un cadáver, pero no es ella la que está muerta.
Un caballo relincha, sobre el simulacro de cadáver,
crece la sombra de una amazona.

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