domingo, 28 de agosto de 2011

Cuando era niña creía que vivía adentro de un vestido rosa hasta que un día vi al cuco en persona.

Había una calesita que roncaba bostezos de niños recién nacidos con ombligos como
esponjas.

Los inanimales eran los verdaderos.

Los caballos de sangre, y hueso y dientes no existían.

Alguien había silenciado los relinchos.

La calesita giraba mientras nos iban creciendo los genitales y las luciérnagas, y los

inanimados se volaban convertidos en ratones angélicos.

Los niños son como aspiradoras, decía mi abuela, tiraba un polvo blanco,

anticonceptivo en mi oreja, mi nariz y mi boca recién chupadas por mi primo el
retardado.

Padres reproducían moralinas mentirosas para asustarnos de nosotras mismas, se
persignaban para ahuyentar a los demonios de nuestro pubis con dedos.

Sobre el arco de un iris, arriba de un gato,

sobre el violín, mientras la luna lloraba, yo soñaba que me escapaba en el relincho de

un caballo que se convertía en hombre.

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