viernes, 25 de septiembre de 2009

Bajo los árboles de las palabras, en dónde duermen las imágenes,
la lengua repta y se humedece.

Personajes erráticos gritan sus nombres,
patean la niebla anónima.

Mujeres alunadas,
lunáticas yerran
la noche blanca con anteojos negros.

En las ramas de los árboles las amazonas se frotan mientras los guerreros se emborrachan,
se prenden fuego.

Los marineros abandonan el barco seducidos por una sirena gorda,
una loba de mar que se emborrachó con la espuma de las olas.
El sexo crece, desborda,
en el fondo del salón un inmenso acantilado.
Oscurece.

Noche circular, las botellas giran como las tasas de un parque de diversiones.
Vestidos blancos a lunares negros destilan el brillo de las estrellas despidiéndose.
El sol llega rodando
y aplasta los ojos de los que sostienen vasos fatigados,
bailan los hielos moribundos.
El viento huele en el cogote el olor a despedida y lo propaga por los cementerios y las chimeneas de los edificios antiguos.

Alguien rompe de una patada la bolsa que lo encuba, y sale al mundo en forma de gusano, de palabra encadenada a otra.
Fantasmas huérfanos mendigan de noche sobre las esquinas de los veranos ya idos,
no quedan ni migas.
Se arrodillan, gritan nombres y fechas
esperando que alguien los escriba
antes de extinguirse de un suspiro.

Leo o escribo solo para escuchar la voz de los mudos moribundos.

1 comentario:

Mompis dijo...

Que bien!