miércoles, 2 de septiembre de 2009

La noche estaba ciega por la niebla, que cubría los cielos de Londres atestados de crímenes y narices respirándolas dormidas. Las chimeneas de las fábricas empezaban a bostezar, los ferrocarriles trasladaban autómatas con ojeras como trampolines hacia la depresión de los años treinta.
El escritor acariciaba las hojas de su libro, manchadas de sangre y lloraba, no por el asesinato que acababa de cometer, no por el cuerpo sangrante de su mujer sobre los azulejos del baño.
Un gató en la vereda, revoleó la cola y tiró la tapa metálica del tacho, El escritor pensó que siempre que terminaba una novela los tachos de basura se movían hablándole, no era posible llegar a la última página sin sentir que un pedazo de sí mismo se independizaba de él y lo abandonaba.
Él era la heroína de su novela, la acribillada en la vereda por el cuchillo de Madame La Morte. Él era la cabeza de su mujer desangrándose, diciéndole que lo amaba y la sangre metiéndose por debajo de la suela de los zapatos y adentro de las uñas de los dedos de las manos. La muerte de su mujer no lo despertaba de la muerte de la otra, ni de su propia muerte que lo hacía ensuciar las páginas del libro con sus huellas digitales como si la sangre fuera propia.
La no tangible ni corpórea había muerto sobre la vereda vestida de rojo con el mismo vestido que lucía su mujer ahora muerta sobre el escenario del crimen, sobre el charco de sangre, era también su casa, y el jardín la pequeña sepultura de su pequeña mujer asesinada.
En el último tiempo había sospechado la existencia de un lazo oculto. Ahora las dos estaban muertas con el mismo vestido rojo. El nombre de una escrito con tinta negra, y él lo embadurnaba con la sangre de la otra como si los dos nombres se fecundasen en el sin aliento. La sensación era que las dos ahora eran la misma mujer o dos partes de él mismo. Corrió al baño, se resbaló sobre el charco de sangre, siguió de largo para arrodillarse en el piso, rasgar el vestido de su mujer y arrancarle el cuchillo de los senos.
La cargó en los hombros y caminó hacia el jardín. Bajo un limonero enterró a su pequeña mujer, un limón cayó sobre su cabeza cuando arrojó la última tierra que le quedaba. Dijo: ay. Desapareció de la ciudad.
La policía entró a la casa cuando una manada de cuervos desenterró a la muerta bajo el limonero. Un vecino que estaba cortando ramas de un árbol, se desmayó arriba de la escalera cuando vio a su vecina convertida en cadáver, pudriéndose. Estuvo inconsciente en una ambulancia y cuando llegó al hospital no se acordaba ni de su nombre y le preguntaba a su mujer que lloraba- quién sos?-
En el departamento la policía no encontró ningún indicio. Alguien había robado la novela con sus huellas digitales.

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