sábado, 26 de junio de 2010

Una ola caribeña lame las heridas de la absurda subsistencia, los mediocres y los rencores fueron enterrados bajo las cadenas del pupilo que no se animó a escapar.

El mar turquesa canta y moja a los esclavos africanos que corren.
Crecen palmeras en el desierto y líneas sobre una mano ciega que lloraba sobre su destino.

El mundo era un maní encerrado en un puño, sopló la libertad, y todo se expandió en la isla de piel de durazno negro.

Se desató el nudo que ataba a la mujer gorda a la vaca muerta.

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