miércoles, 24 de junio de 2009

Primero fueron las penas, una larga hilera de hombres malparidos y seductores,
que llegaron para lacerarla con sus cigarrillos frívolos.
Todos rubios.
Sumados los hombres y las heridas, toda ella era como una pierna estirada hacia el dolor, una existencia poliomelítica en la promenade del amor.

La puta que me parió- dijo al lamer la llaga amarilla del dolor con la lengua engañada- y corrió al amanecer de la tarde como una gallina encandilada.
Todos rubios, todos gallos, con el culo parado cacareando, caminaban hacia el sol como quién camina hacia la patria.

No pudo alcanzarlos.
Todas las espaldas eran para ella una cadena de imposibles.
Ninguno pudo mirarla.
La negaban con la blonda cabellera y se metían el sexo para adentro.

En cada lágrima de ella había una historia retorcida que se transformaba en poema y sangre sobre paredes y sábanas.
Fumaba hasta marearse, lloraba, se reía y se miraba al espejo en los renglones desgraciados de las palabras-heridas.

Los pastizales iracundos encendieron el fuego una mañana en que ella amaneció desnuda, con el brazo roto, desmayada sobre una piedra y un poema.
Los rubios se inflamaron, se quemaron a la velocidad de la paja,
y de adentro de la tierra surgió un hombre negro con el sexo levantado
que la dejó sin palabras.

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