martes, 30 de junio de 2009

Tengo dos alternativas o momentos.
O soy de la épica decadente postmoderna o estoy en la opera tragicómica la valquiria de Recoleta, epíteto inventado por el negro de Caballito, que a veces borracho se transforma en el renegrido de la Matanza.
O simplemente soy la que quiere tirar una bomba Molotov desde el supermercado Disco a la ventana del indiferente cuarto por donde entró el miedo y el golpe una noche en una calle del elegante y seguro barrio, sobretodo seguro barrio de Barrio Norte.
El deseado y prometido inmueble ha sido usurpado por el capricho de no dejar ser.
Ayer mi alma agonizaba en Caballito, mientras sentía como algún Dios remoto y guerrero, me iba hundiendo la espada en el cuerpo primero desgarrándome para después entregármela en la mano.
La lana roja se iba tejiendo y la sangre por meses contenida en el hinchado e inflamado cuerpo caía, se derramaba, y el de Caballito negro y la valquiria de Recoleta, nosotros, festejábamos la llegada de la sangre mientras en la pantalla de Tv vampiros sangraban a otra gente y se amontonaban los cadáveres del holocausto.
Mi madre un día se auto-denominó Hitler frente a un amigo gay.
Las madres vampiras chupan la sangre de las hijas porque no pueden no hacerlo. Solo sobreviven las valquirias.

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