viernes, 4 de diciembre de 2009

Lo imagino en el Caribe,
recogiendo pedazos de su cerebro enterrados en la arena
Sun boy- grita un gringo
y le crece una melena rubia de heman cuando ya tiene el poder y camina sobre las rastas recién rotas hasta la orilla
mira hacia acá
y se deja sacar unas fotos en sunga, bajo la palmera, calcinándose los brazos musculosos y midiendo los kilómetros nadados.

Jugamos al ping pong con palabras que nunca alcanzan para nuestras antenas desquisoides,
La sensación de una abstinencia muy grande,
y de medir la profundidad del mar ausencia con los pies de muchos gigantes mutilados,
la pérdida del lenguaje de las cotorras que descose las risas de todos los relojes.

Había un barco sobre un caballo,
El caballo salió galopando y el barco se fue a la mierda.

Hablamos de aspiradoras, snorkels y riñoneras,
los objetos hablan por nosotros,
hay un siamés roto y llorón que extraña la psicodelia y camina por la casa como si caminara por las paredes, como si estuviera en un largo e interminable rodaje, en el que se repite una y mil veces un mismo plano.
Un rodaje estático en la misma secuencia, justo antes del desenlace.
El silencio es una laguna que ahoga en la isla sin disparate.
Alguien adentro de nosotros nos tiene atados de pies y manos,
y hay que limitarse a observar la caída de los ídolos mudos.

Varios edificios con locas disfrazadas sacándose fotos se desplomaron
y el aburrimiento se hizo moneda común en la quietud sin clicks.
Después del quiebre de la rama y la desaparición del mono Ruiz,
para cubrir el crater creció una casita roja.
Y le crecían patas sucias, granos para explotar, y amor de muchos colores,
Y el viento volaba velas de barcos que volaban entre edificios, cables y antenas grises
esperando el regreso del barco-caballo
del fondo del Océano.

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