viernes, 27 de junio de 2008

La piedra en Copacabana

Habían noches de bicicleta en que en las calles crecían hongos.
Retrovil hacía ochos en la guinda, todo estaba nublado o a punto de caerse, era una
/inestabilidad estable.
La ciudad era de plastilina rosa.
En las subidas las piernas de Retrovil se endurecían bajo el tapado gris, imaginaba caballos
/y riendas que se ataban a la bicicleta, y la llevaban.

El tiempo se dilataba por la falta de foco, y el viaje era un océano sin tierra a la vista.
La luz de los autos le encandilaba en los ojos el deseo de entregarse a un último ruido, un
adiós aliento.

Sus ojos también eran de plastilina, eran la ciudad, la calle con hongos,
la lluvia de la tarde, la contradicción, la boca del deseo y los ojos del miedo.

Cada persona tiene una luna que nace y muere con uno- pensó Retrovil.
Hay un collar y alguien que enhebraba las lunas y las desenhebraba hasta que se apagan.
La melancolía es el collar roto, la luna que se va volando, los zapatos que primero quedan chicos y después quedan grandes, la ropa que se pierde en los caminos.

Hay lágrimas que se van volando con la luna, y siempre llueve
o está a punto de llover.

Hay lunas de mentira que quedan flotando arriba de la cabeza, y Platones y cavernas y
/espejos en los que cientas de Retroviles miran y aman lo que ya
no puede verse.

1 comentario:

Anónimo dijo...

great snif