sábado, 16 de agosto de 2008

La esponja en el pecho se bebe la indiferencia.
El otro se retrae y ella se ensancha de pena, se esponja, y tiene que bucear adentro de ella el avioncito de papel que la hace salirse de sí misma. Salir volando cada día con el impermeable para la lluvia.
La resignación es bajar una persiana, es la negación, es no mirar los cuadros pintados por el pincel fantasioso que colorea al trazo débil, en lápiz negro, de la mano del otro.
El silencio es el ruido que más le duele. Lo calla con música, lo oculta adentro de una batería, le pone máscaras para no ver su cara inmóvil de cadáver rompe colores.
Las motos con globos azules llegan a los aeropuertos y hay que despedirse con la tristeza de ver los globos volando en el cielo.
Los caminos son individuos.
Hay fragmentos, pedazos de tierra compartidos, noches de carpas, son segundos.
Hay que sacar de vuelta la tijera y cortarse la melena aerodinámica.
Dejar el sexo en un callejón sin salida, esperar que llegue un gato nuevo para volver a maullar.
La anestesia dura tan solo una máscara, el dolor vuelve a la pata débil.
Todo se diluye en el silencio.

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