viernes, 22 de agosto de 2008

La sufrida odia sufrir, no puede no sufrir, amasufre, sufre sobre el hambre, el deseo, ese árbol naranja, se vacía, árbolfuria en la garganta carne, el fuego apagado y la carne tristemente cruda, la sobriedad después de patear todas las botellas, pasar la lengua por las gotas, una sombra se encorva sobre las raíces arrancadas, manotazo de ahogo, la terquedad del cielo sobre la niebla, la sed te seca, salir corriendo, mojarse, sufre mojándose la cara, ríe sobre las lágrimas, sale humo de su boca, toca las paredes, el piso, los huecos del espacio vacío. Decir nada cuando los pensamientos tejen alambres, púas musicales, aquietar las sillas sacudiéndose en el silencio de la impotencia. Atravesar con las uñas las cerraduras buscando la luz del otro lado de la puerta. Pedirle cartílagos a las uñas rotas, arrancar las sombrillas, dejarse quemar, ablandar la médula acalambrada en una playa de invierno, acariciar espinas, chupar la sangre con gusto a nacimiento, se ensanchan las costillas, se desinflan y se vuelven a inflar, la cara nítida en el espejo. La cotidianidad quebrada, el cuerpo desparramado sobre una idea que nace siempre a punto de morirse, querer resucitar, rebobinar la cinta antes del portazo, lágrimas de risa, mostrar los dientes para sonreír y avergonzarse de los comillos de lobo rabioso. La vergüenza de la saliva colgando. El monstruo de las dos caras espera cualquier gesto que lo salve de la lápida, como si la moneda estuviera eternamente en el aire, a punto de caer.

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