jueves, 14 de agosto de 2008

La retina viva de un muerto

Hay un padre muerto que abre un párpado para que todos miren su retina manchada por el pecado de los otros. Su nombre es Gregorio. La cinta del tiempo se rebobina, suena un piano: la vieja melodía de una casona decadente. Todos galopan hacia otro tiempo en la casa del velorio. La familia está loca. Cabalga con el féretro a cuestas, mira la retina viva del muerto. Es el último deseo. Los cuadros se mueven sobre las paredes, sobre los espejos crecen fotos con musgo.

Hay una grieta en el espejo de la casa que está adentro del ojo del muerto. Se llama Anselmo. Conduce el caballo desbocado que arrastra al muerto riéndose mientras cuatro manos fantasmas tocan el piano. El espejo de la casa se rompió adentro del ojo del muerto cuando una empleada doméstica abandonó por un hombre a su hijo Anselmo, se robó la vajilla de plata, dejó su retrato junto al niño. El velorio es la casa de los espejos rotos.

Una mujer llamada Aurora, maquillada al nacer, se tocó los senos con la mano del niño abandonado, lo convirtió en juguete, en rey; se consiguió un soldado que era mujer pero parecía hombre para que el niño no perdiera la corona.
Cayeron las mellizas del trono, dos niñas feas como las meninas, con vestidos y moños de princesas, el padre no pudo atajarlas. Se quedó atrapado el niño Anselmo en la grieta de su ojo. Entonces se rompieron los marcos de fotos en los que las mellizas tocaban el piano a cuatro manos.

Aurora no quería que dejaran de tocarle los senos, entonces alguien que tenía la grieta con el niño en el ojo, Gregorio que ahora está muerto, tenía que desaparecer. El padre no pudo atajarlas, el piano se calló para siempre, su tapa cayó sobre las manos meninas y mellizas con moños de princesas. El soldado tiró a Gregorio por las escaleras, lo convirtió en planta callada y sumisa para que el rey no perdiera la corona, para que el piano no volviera a tocarse. Al rey le creció pelo blanco pero siguió siendo un niño perverso. El muerto no quiere irse. Los caminos se inundan. Los caballos se detienen para volver a la casa suntuosa, ahora convertida en morada de muerto, en espejo roto.

El pasado vuelve, como si lo roto pudiera volver a unirse para borrar la mancha de pecado en la retina del muerto. El sexo de pelo blanco, el niño rey apunta a dos adolescentes que son una réplica de las mellizas. Quiere jugar con ellas para que suene la melodía de las cuatro manos, para que resucite el piano asesinado por el soldado que lo custodia. El presente y el pasado son espejos enfrentados. En el medio, la retina viva de un cadáver manchada por el pecado de los otros.

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