viernes, 19 de marzo de 2010

Sentado, un niño amarillo, hepático juega al ahorcado con un cordón umbilical.
Las manos heladas señalan una casita de cristal en la que late un corazón rosado y con bigotes que maúlla.
Las piernas semidesnudas de una señorita sin torso, disfrazada de enfermera,
caminan solas por la morgue seduciendo cadáveres anónimos.
Hay un rompecabezas de cerebro para los estudiantes duros.
Hay una red de venas de ferroviarios suicidados para sustanciar a los gremios.
En el hospital no hay barreras,
todo médico es igual a mono con navaja pero no hay máculas en los delantales blancos.
La sangre es el pan de cada día, el cuerpo de Cristo derramado por nosotros.
La liviandad de la anestesia, cuando los órganos se oxidan, tiene más peso en la balanza que un obeso encerrado en una heladera.
No hay enfermo que no quiera mutilarse la gangrena con pastillas de muchos colores y escapar al inframundo Pichicato.

No hay comentarios: