viernes, 2 de octubre de 2009

III

Alicia se despertó en la cama, el acolchado de conejos roncaba tan fuerte que la despertó.
Sacudió el cuerpo y el acolchado dejó de ser acolchado, cientos de conejos volaban hacia el sillón donde reposaban las prendas de ropa de Gonsalez, el conejo gigante egocéntrico.
La puerta del baño estaba abierta, se oía la ducha prendida.
Alicia se tapó los oídos escandalizada, Gonsalez estaba desnudo.
Alicia abrió la boca para ver si todavía estaban sus dientes de coneja.
Le transpiraba la frente, y las manos,
los ventanales hacían caras de horror sobre los vidrios empañados por el amanecer.
Alicia recordó las comadrejas puritanas del bosque,
-no voy a escucharlas, no quiero escucharlas-
Sobre los vidrios se dibujaron los seños fruncidos y las peras alargadas de sus tías Moralinas,
Alicia se tocó los dientes, y el dedo se rasgó por el filo de los colmillos.
Sus dientes ya no eran dientes de coneja,
Había adolecido,
Gonsalez se los había llevado.
La coja de dentadura postiza había dicho la verdad.

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