miércoles, 28 de octubre de 2009

Los trajes elegantes de aquél entonces se volaron.
Sobre las paredes sombreros sin cabezas, ni mujeres.
Los últimos cuerpos fueron rotos,
caídos,
heridos en los tendones huecos del vacío de las cosas que es como el fondo de un zapato de taco en el fondo del ropero vacío.
Los vidrios empañados u olvidados,
no siempre hay algo o alguien atrás de la ventana.

Al basurero se arrastraban en hilera los pedazos de nada amenazados con extinguirse.
Una súplica, un pedido de desaparición en el arrastre ojeroso con las fotos rotas de lo que ya no existe a cuestas,
el vacío pesa.
Nadie nunca aparece aquí.
nadie
nunca
aparece
aquí.


¿Cuando llega la extinción?
En los cristales de la araña deprimida caminan tarántulas embarazadas
que algún día lastimarán a sus crías con lenguas ponzoñosas.
Las manos enguantadas,
las piernas bajo la mesa nunca dejan de moverse, hasta en los velorios cuando se espera la muerte de la muerte o la muerte del cadáver y se mira el reloj para volver a la vida o a la muerte.

Allí no es aquí, son sueños, casi todo casi siempre nunca.
No hay aquí ni allí.
Había, hubo, ya no hay.
Los sujetos de las oraciones se volaron,
El verbo fatigado
dejó a la nave sobre un tácito silencio con vacío de verbo y de sustancia.
Un quiebre en la recta, es el comienzo del círculo
de la soledad.

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