miércoles, 9 de julio de 2008

(Del otro lado de Doorville, en la arena de Copacabana estaba enterrada la piedra.
A Retrovil le costó encontrarla.
Siguió una manada de perros latinoamericanos hasta dar con ella.)

Junto a los restos de carnaval muerto, entre las plumas degolladas, el invierno tira su vaho de lechuza a las cinco y media de la tarde.
Retrovil buscó en la arena ecos del último febrero, de aquél viaje con “Tristeza tour”.
No encontró nada.
No hubo un solo grito que pudiera traerle una reminiscencia del infierno rojo.

¿Dónde estaban las hembras que rugían gritos, que abrían los paraguas entre las plumas
/fucsias y lloraban flotando la música?

¿Dónde estaban los hombres travestidos en fluor, la cola del diablo, la muñeca con
/genitales, las vejigas expuestas como sombreros de los que salen flores, el carnaval
/sonámbulo, el laberinto de piel?

Algún demonio se había tragado ese fuego, pero aun la gente bailaba, sobretodo los viejos /cariocas que saben que pueden morirse antes del próximo carnaval.

A Retrovil le pareció ver sobre la arena pedazos rotos de la pollera que le habían
/despedazado las hembras, corrió a tocarla, y encontró la pata de una gallina.

Desenterró la piedra, se la clavó en la piel.

Escuchó una zamba que venía de un bar en Copacabana.
Músicos tocaban,
bailaba la gente,
corrió a embriagarse con cerveza Scol.

Una anciana con sombrero le sonrió, tenía la cara tan maquillada, el maquillaje se caía, la
/levantó de la silla con las manos manchadas en sombras y rouge,
la hizo bailar.

Un viejo la invitó a andar en un auto antiguo y descapotable, sonaba Vinicius o Chico en una radio de madera.

El viento de Copacabana hizo que el pelo se le volara, se voló el pelo viejo y le creció un
/pelo nuevo.
Una salvaje melena de león con rugido de caño de escape.

La piedra desenterrada en la playa de Copacabana volvió a Buenos Aires incrustada en la piel de Retrovil.

Las estrellas titilaron y las pestañas de las muñecas parpadearon.

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